miércoles, 18 de noviembre de 2009

Socialismo utópico, algunas precisiones.

Utopía, es decir: ¿en qué lugar? La palabra utopía, no obstante, se utiliza más como afirmación de lo que no existe en ningún lugar que como interrogación. El pensamiento utópico tiene una larga tradición que se remonta, en el ámbito occidental, a Platón y su República. Pero será en el siglo XVI cuando encontremos las referencias más directas en dos autores: Tomasso Campanella (La ciudad del Sol) y, por encima de todos, Tomás More autor de la obra que finalizará por dar nombre a todo el género: Utopía.Como ya han señalado todos los estudiosos del tema, la utopía nos muestra dos aspectos: de un lado, es una “evasión de la realidad”, de una realidad que nos desagrada. Y por eso mismo es al tiempo una “crítica de la realidad”. Por ejemplo, cuando proponemos un mundo sin guerras, estamos haciendo de forma simultánea una crítica a una sociedad que no sabe vivir sin guerras. La fuerza de la utopía es, precisamente, que nos impulsa a mirar hacia el futuro con ansias de transformar nuestro presente.A pesar de ello, el adjetivo “utópico” en el lenguaje marxista tiene un matiz peyorativo. Se trata de los pensadores que, en vez de emplear el método científico, se han limitado a soñar y a esperar de la buena voluntad de los hombres las acciones para conseguir un mundo mejor. Mal camino, según Marx. Entre los utópicos, Charles Fourier (1772-1837) ocupa un lugar destacado. Aquí se le ha mencionado ya como principal influencia de la feminista Flora Tristán. Hijo de un comerciante, Fourier tiene como rasgos más sobresalientes su reivindicación de la mujer (tras conocer de primera mano la terrible situación de las prostitutas de Marsella), y el rechazo de la industrialización, frente a la que sitúa la producción agrícola y artesanal, y la comunión de bienes en el seno de agrupaciones llamadas falansterios. Una circunstancia especial para nosotros es que el ideario de Fourier tuvo una amplia difusión en el primer movimiento obrero español, sobre todo de la mano de Joaquín Abreu (1782-1851), Manuel Sagrario de Veloy, Sixto Cámara (1825-1859), Ordax Avecilla (1813-1856) y Fernando Garrido (1821-1883). Se crearon algunos falansterios (proyecto en Tempul, Jérez, y el más importante el de Cádiz), y Madrid fue el centro del fourierismo español, mientras que Barcelona se convertía en el núcleo más importante de los seguidores de otro utópico, Etienne Cabet. De Fernando Garrido diremos ahora solo una cosa que os puede llamar la atención: nació en Cartagena, hijo de un marino. Pronto se trasladó a Cádiz, ciudad en la que tomó contacto con el grupo de Abreu, y ya prácticamente no volvió a su ciudad natal, aunque siempre conservó el amor por Cartagena, manifestado en sus obras poéticas.

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