miércoles, 6 de enero de 2010

Reacciones en agosto de 1914

¿Cómo reaccionó la gente cuando se proclamó la guerra de 1914? Lo sabemos por la cantidad de escritores, grandes escritores, que vivieron el momento:
Alemania:
“Por la plaza de Ernesto-Augusto pasaba desfilando un regimiento que marchaba al frente. Los soldados cantaban, entre sus filas se habían introducido señoras y muchachas, y los adornaban con flores. Desde entonces he visto muchas multitudes arrebatadas de entusiasmo; ningún otro ha sido tan hondo y poderoso como el de aquel día”. (Ernst Jünger, El estallido de la guerra de 1914, incluído en Tempestades de Acero; se puede consultar el texto íntegro en Scribd).

Inglaterra:"Pasé la noche del 4 de agosto andando por las calles, principalmente por los alrededores de Trafalgar Square, percibiendo la excitación de la multitud y dándome cuenta de las emociones de los transeúntes. Durante ese día y los siguientes, descubrí con asombro que la mujer y el hombre medio estaban contentos ante la perspectiva de la guerra" (Bertrand Russell, Retratos de memoria y otros ensayos, p. 33).

Viena: "En todas las estaciones habían pegado carteles anunciando la movilización general. Los trenes se llenaban de recultas recién alistados, ondeaban las banderas, retumbaba la música, y en Viena encontré toda la ciudad inmersa en un delirio. El primer espectro de esa guerra que nadie quería, ni la gente ni el gobierno, aquella guerra con la que los diplomáticos habían jugado y faroleado y que después, por chapuceros, se les había escurrido entre los dedos en contra de sus propósitos, había desembocado en un repentino entusiasmo. Se formaban manifestaciones en las calles, de pronto flameaban banderas y por doquier se oían bandas de música, los recultas desfilaban triunfantes, con los rostros iluminados, porque la gente los vitoreaba, a ellos, los hombrecitos de cada día, en quienes nadie se había fijado nunca y a quienes nadie había agasajado jamás" (Stefan Zweig, El mundo de ayer. Memorias de un europeo, p. 248).

Budapest: "Durante el habitual paseo vespertino con la niñera, nos encontramos con una alegre manifestación que marchaba por la calle y cantaba el himno nacional (...) Era la primera manifestación que veía en mi vida, y su efecto fue tan irresistible que me desprendí de la desdichada niñera y me sumé a la multitud en marcha chillando alternativamente ¡Muerte a los perros serbios! y ¡Dios, bendice al Magyar!" (Arthur Koestler, Autobiografía. 1.Flecha en el azul, p.85; Koestler tenía en aquél momento nueve años).

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